ANIMACIÓN A LA LECTURA

(Vivencias de un maestro)

José Antonio Camacho Espinosa y Fernando Antonio Yela Gómez

Entro en clase y, como todos los días, abro uno de los libros que tengo por costumbre llevar bajo el brazo. Hoy leo uno de sus poemas. Lo copio en la pizarra, lo interpreto con mis alumnos, lo dejo en la biblioteca de aula y, verso a verso, les ayudo a memorizarlo. Después empleo gestos hasta conseguir las pausas, los ritmos y la entonación apropiada a la interpretación que hemos dado al poema. Los muchachos lo copian y lo ilustran para su libro de lectura. Durante varios momentos de clase los niños lo repasan a coro. Hacen esto último todos los días de la semana. El viernes, se lo recitan a sus compañeros de la otra clase. Luisa ha hecho lo mismo con sus alumnos. A los dos nos gusta leer.

Me voy a casa muy satisfecho y por la tarde me doy una vuelta por la biblioteca pública para releer algunos libros que presenté a mis alumnos hace algún tiempo. Elijo unos cuantos y los saco en préstamo para llevarlos a clase. Al día siguiente los presento a los alumnos de este año y los dejo en la biblioteca de aula. Uno de los niños coge uno de los libros y se lo lleva a casa. Al cabo de varios días lo devuelve y le pregunto si le ha gustado. Como me dice que sí, hablo de su autor. Me voy con los chicos al aula de informática para buscar con ellos alguna dirección de correo electrónico con la que poder ponernos en contacto con el autor. Esta vez ha habido suerte y desde ese día comienza un entretenido cruce de correspondencia entre autor y niños. Cada día Luisa y yo miramos el correo. Ha sido estupendo darse una vuelta por la biblioteca pública.

Esta es la primera regla de la animación a la lectura: tener ganas de animar a leer.

Hoy he recibido en la biblioteca del colegio un puñado de novelas y se me ha ocurrido proponer a los niños su lectura para que me digan si les gusta. No me preocupa si después de empezar la dejan a medias. Sólo busco que varios voluntarios se animen. Nada más. Nos juntaremos de vez en cuando para comentar sus lecturas y escuchar lo que se les ocurra. Lo haremos en clase. Después hablarán de lo que les ha llamado la atención de cada obra. No sé si se me ocurrirá algo más, pero si consigo alguna sonrisa y alguna cara de satisfacción por lo leído, me doy por satisfecho.

Esta es la segunda regla de la animación a la lectura: la voluntad de leer.

Mis chicos y chicas no son unos lectores que devoren todo lo que les cae entre las manos. Lo que sí sé es que el aula la tengo que llenar de poesía, relatos, textos y más textos… para que alguno de los que aparentemente no les gusta leer tenga la oportunidad de coger, observar y ojear algunas obras. Y por eso, de vez en cuando me presento en clase con libros de todo tipo. Les digo que los he traído de la biblioteca del colegio y les pido que me ayuden a seleccionar algunos más. Así que, algunos días me voy con ellos a visitar a la biblioteca. Allí, después de dejar un tiempo y de comprobar que saben buscar libros entre los estantes, toman en préstamo algunos y nos los llevamos a clase. Ya en el aula, les sugiero que se lleve cada uno un libro a casa y el lunes siguiente lo traiga y nos enseñe lo que quiera sobre el mismo. Después todos aplaudiremos su esfuerzo. Y si ha traído algún resumen, algún dibujo o lo que se le haya ocurrido, lo pondremos en el tablón de la biblioteca de aula.

Esta es la tercera regla de la animación: poner libros a disposición de los muchachos.

Mi compañera Mari Carmen se acerca a la biblioteca del colegio para buscar algún libro sobre el agua. Pide las llaves al conserje, sale del edificio y abre la primera puerta. La cierra y abre con llave una segunda y una tercera. Entra en la biblioteca. Pone en marcha el ordenador para buscar algún libro con la palabra clave “agua”. Encuentra varios. Anota sus números de registro topográfico y se pone a buscarlos en la biblioteca. Mira el reloj; ya es la hora de volver a su clase. Hay muchos libros que parece que no se usan. Sigue buscando. Es la hora y lo deja para otro día. Llega tarde y todavía tiene que cerrar el ordenador, cerrar las puertas, devolver la llave al conserje y subir al aula para cuando salga el compañero.

Lo contrario de esta historia es la cuarta regla: que los libros estén accesibles al lector y se puedan encontrar fácilmente.

Ha llegado Luis. Entra en la biblioteca y pregunta a la bibliotecaria si conoce algún libro sobre juegos matemáticos. La bibliotecaria le atiende muy gustosa, le indica el cartel donde está la CDU y le da algunas indicaciones. Descubre en sus ojos que quizás convenga ayudarle y le acompaña para hacer su búsqueda. De paso le enseña la sección de los libros escritos por los niños del colegio, la de los libros en otras lenguas, la de deportes, la de revistas y las que se le ocurren en ese momento. Después le ayuda a buscar el libro. Luis le da las gracias. “No hay de que”, le contesta. “Si quieres te pasas otro día por aquí y te enseño a buscar otros libros, folletos, diccionarios, lo que tú quieras”.

Esta es la quinta regla: una biblioteca organizada y un personal con conocimientos, tiempo, ideas claras y muchas ganas.

Esta mañana un grupo de amigos, compañeros y personas afines se han juntado en el despacho para hablar de qué hacer durante este año para animar a los muchachos a leer. Alguien dice que hacer un plan de trabajo es lo primero. Después se comenta que convendría traer algún autor para abril, coincidiendo con el Día del Libro. También se habla de que se deberían seleccionar algunos libros para poner en común con distintos grupos de chicos y chicas y, por último, que convendría establecer algunos criterios para que todos los usuarios puedan disponer de todos los libros que están repartidos por distintos espacios. Al cabo de un par de horas deciden sacar los libros de las aulas, poco a poco, para que mientras tanto se puedan ir utilizando, llevarlos a la biblioteca y reorganizarla, ponerse al habla con alguien que les proporcione una visita de autor, comunicarse con la biblioteca pública para que les preste unos cuantos libros sobre varios temas y quedar para una reunión al mes que viene.

He aquí la sexta regla: trabajar en equipo y establecer un plan de actuación.

Esta tarde, Marisa, la madre de Marta, viene a hablar conmigo para preguntarme si puede ofrecer a la niña otros libros de lectura, si no le gusta el libro que se ha llevado. “Por supuesto. El libro que no le guste, que lo deje. Puede llevarse otro de la biblioteca. Lo importante es que lea y que le guste lo que lee”. De paso, me pregunta que si le puedo recomendar algunos libros. Lo hago gustoso, dejando claro que a mí y a muchos niños nos han parecido interesantes, pero que todo es cuestión de gusto y “contra gustos no hay nada escrito”. Por último, me dice que quiere comprar el libro que estamos leyendo en clase para la visita del autor, pues le gustaría que su hija lo tuviera de recuerdo con una firma y una dedicatoria del escritor. Se lo doy y la felicito por su interés. Cuando se despide me dice que ella es muy lectora y que ya ha ido con su hija a hacerla socia de la biblioteca pública.

Una nueva regla: una madre y un padre lectores y con ganas de que sus hijos lean.

Hoy ha sido un buen día. Cuando tomo el periódico gratuito que reparten cada semana por los buzones de la ciudad leo que hay una exposición bastante atractiva en la biblioteca pública, también que ha comenzado un concurso en el que se trata de encontrar los títulos de 40 libros de cada uno de los cuales se da un fragmento y algunas pistas sobre el protagonista o el autor. Es un juego muy divertido. Unos ganadores irán de viaje a visitar la Biblioteca de Alejandría y otros realizarán una ruta literaria. Después leo que las autoridades tienen pensado ampliar el número de bibliotecas de barrio y que para ello se van a realizar acuerdos con distintos colegios e institutos de la localidad. Cuando releo, me encuentro con un anuncio de un curso de formación de usuarios de la biblioteca pública que también pueden realizar aquellos colegios que lo soliciten.

Estas noticias son magnificas: los medios de comunicación y las autoridades están profundamente motivados por la animación a la lectura.

Dejo de escribir. Ya continuaré. Me viene a la memoria que tengo que preparar algunas ideas para consensuar con mis compañeros nuestro plan de animación. Que no se me olvide que debemos incluir actividades para que los muchachos lean mejor y que hemos de pensar en que no todas las personas son excelentes lectores.

Llevo muchos años en esto y tengo muy claro que mi trabajo como animador tiene un horizonte similar al del mar que vemos desde una playa. Los resultados se ven a muy largo plazo.

Meto en mi cartera el regalo literario de cada día y me voy a acostar. Mientras cojo el sueño pienso en las caras de expectación y de disfrute de mis muchachos.

¿QUÉ ES LA ANIMACIÓN A LA LECTURA?

El término animación a la lectura se acuñó allá por la década de los 80 del siglo XX. Con él nos hemos referido, durante años, a todo un conjunto de iniciativas encaminadas a atraer a niños y jóvenes hacia el libro, la biblioteca y la lectura en general. Un término cuyo contenido, con el paso de los años, ha quedado circunscrito a aquellas actividades o programas que pretenden acercar al lector al libro de ficción, a la lectura recreativa. Es un método, un proceso a través del cual tratamos de abrir los ojos del posible lector y ponemos a su alcance todo aquello que puede ser de su interés. No se trata de actividades aisladas, cargadas de parafernalia o florituras, son programas de actividades relacionadas, secuenciadas, prolongadas a lo largo del tiempo, a través de las cuales pretendemos acompañar al niño –y en su caso al adulto– en el descubrimiento de la lectura. En ese camino, distinto para cada persona, solo es capaz de animar y de ayudar quien ha tenido una experiencia gozosa con la lectura. Por tanto, el animador sólo será tal cuando él mismo sea un verdadero lector y se haya apasionado con esa obra que muestra a otros.

LAS REGLAS BÁSICAS DE LA ANIMACIÓN A LA LECTURA

  • Sólo quien es un (buen) lector puede animar a leer.
  • Crear lectores entre los niños y jóvenes es una labor de todos aquellos que se mueven alrededor del niño: familia, escuela, biblioteca, medios de comunicación, autoridades…
  • No se trata de que los niños y jóvenes lean más, sino de que lean mejor.
  • La animación a la lectura es una labor de acompañamiento, de respeto, de escucha… Hay que estar ahí cuando el niño nos necesita. Se trata de proponer, no de imponer.
  • Sólo un trabajo continuado, sistemático y en colaboración da los resultados deseados.
  • No todos los niños (ni los adultos) tienen que ser excelentes lectores. Lo mismo que no todas las personas son excelentes corredores de fondo o excelentes nadadores. Pero sí es bueno que todos sepan andar y nadar lo mejor posible.
  • El trabajo del animador (como el del educador en general) tiene un horizonte similar al del mar que vemos desde una playa. Los resultados se ven a muy largo plazo.
  • La mejor animación a la lectura es una buena biblioteca, con obras bien seleccionadas, con buenos servicios, con actividades permanentes y con un profesional que la gestione y la dinamice.
  • En esta sociedad de la velocidad y del ruido, es imprescindible tiempo y silencio. Solo un clima sosegado, apacible y sereno harán propicia la lectura.
  • Regalar cada día un texto, una poesía, un ramillete de bonitas palabras a través de la narración o el recitado abrirán la mente del muchacho al disfrute de la palabra.

La animación a la lectura. Vivencias de un maestro. (pulsa en el título para descargar en pdf)

La educación
La biblioteca escolar
El plan de lectura de centro
La animación a la lectura y el hábito lector
La formación de usuarios y la alfabetización informacional
Cómo poner en marcha una nueva biblioteca escolar
Cómo organizar y gestionar la biblioteca escolar
Bibliografía

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